Eduardo Kingman

manos
Las manos fueron la parte del cuerpo más importante para representar en su pintura. Para él significaban fuerza, lucha, trabajo, sacrificio, amor y por eso predominaron en su obra a lo largo de su trayectoria, incluso, le hizo merecedor de varios premios.

Se trata del artista ecuatoriano Eduardo Kingman Riofrío, de quien se conmemorarán mañana 100 años de su natalicio. Era de Loja y nació el 3 de febrero de 1913, pintaba desde tierna edad y salió de su ciudad siendo muy joven, vivió en Quito y en Guayaquil. En esta última colaboró con este Diario. Volvió nuevamente a Quito, donde falleció el 27 de noviembre de 1997.

Para el crítico de arte Juan Castro y Velázquez este creador fue “un pintor predominantemente de temas sociales”, por lo que se identificó con otro género artístico de la época (década del treinta): la literatura y por ello también se hizo amigo de los integrantes del denominado Grupo de Guayaquil.

Kingman fue testigo desde pequeño de la realidad de los indígenas, por lo que se inclinó hacia ideales socialistas y por eso los desposeídos, incluidos personajes anónimos de la Costa, se convirtieron en los protagonistas de su vasta producción plástica.

La historiadora de arte Inés Flores explica que la obra del lojano “responde a una época en la que se izaron las banderas de la denuncia y la protesta”.

Afirma que su pintura es válida “por el tratamiento del tema indigenista, por su autenticidad, y del tema social en general, por su entendimiento de las relaciones humanas a partir de la intimidad familiar”.

Kingman tuvo como maestro al pintor ibarreño Víctor Mideros, pero también asistió a una escuela de arte, aunque solo tres años. El reconocimiento le llegó en 1936 cuando su óleo El carbonero (1934) logró premio en el Salón Mariano Aguilera.

Su pintura, de carácter expresionista, se vio marcada por el juego del claroscuro, aspecto empleado por la Escuela Quiteña. Asimismo, su trabajo se aproximó a las inquietudes del peruano José Sabogal y de los mexicanos José Clemente Orozco y Diego Rivera.

En la década del cuarenta pintó uno de sus cuadros más representativos, Los guandos (1941). Esta es una de las obras más relevantes en opinión de los artistas Oswaldo Viteri (Ambato) y Enrique Tábara (Guayaquil); así como de Castro y Velázquez y Flores.

Otra que los pintores y la historiadora de arte destacan de este creador lojano es La visita (1943). Viteri y Tábara, quienes conocieron y le hicieron retratos a Kingman, lo definen a modo personal como un hombre honesto, cordial, humano, sumamente fino y encantador. En tanto, Flores lo cataloga de “ser humano franciscanamente humilde, espontáneo y sincero”.

En 1959, el artista lojano volvió a lograr el primer premio en el Mariano Aguilera con la obra Yo el prójimo.

Ya en edad madura (cerca a los 60 años) se replanteó su producción, porque aplicó más luz a los colores, lo cual volvió sus cuadros más alegres, más tiernos, expresa Rodolfo Pérez Pimentel en su Diccionario Biográfico del Ecuador.

En los setenta se le concedió la medalla Al Mérito Artístico de la Municipalidad de Guayaquil, la condecoración Nacional Al Mérito con el grado de Comendador; y en 1986 recibió el Premio Nacional Eugenio Espejo.

Kingman, conocido como el Pintor de las manos, también incursionó en el muralismo. Viteri resalta que también tuvo conocimientos en carpintería.

Castro y Velázquez menciona que la producción del lojano como ilustrador, muy al inicio de su carrera, es lamentablemente poco conocida. Menciona que le sigue el periodo guayaquileño “con grandes óleos abordando temas sociales”.

Añade que vale evocarse “su captación del indígena serrano del Ecuador del que tomó las manos como la característica principal de su estilo”.

El arte del lojano se mostró en varios lugares de Estados Unidos y también en Colombia, Francia y Venezuela. La Organización de Estados Americanos (OEA) le entregó en la década de los noventa el premio Gabriela Mistral Nacional de Cultura. Su legado sigue vivo. Sus cuadros constan en colecciones de museos del país y también pueden ser admirados en la Casa Museo Kingman y en Kingman Posada de las Artes, ubicadas en la capital.

Era 1931 cuando el joven artista Eduardo Kingman Riofrío se radicó junto con su familia en Guayaquil. Casi de inmediato Diario EL UNIVERSO lo incorporó al grupo de artistas del lápiz y del pincel que para entonces ilustraban temas cotidianos, análisis políticos y las tiras cómicas que el matutino fue uno de los primeros del país en insertar en sus páginas.

Aquí alternó actividades con Miguel Ángel Valenzuela Pérez, Avelino Bastidas, Virgilio Jaime Salinas, Galo Galecio y otros creadores.

Kingman ilustró portadas conmemorativas de acontecimientos históricos y el resumen semanal de sucesos políticos que realizaba el periodista riosense Jerónimo Orión Llaguno; asimismo, mantuvo las tiras cómicas Don Pío y Lux y Saetilla Caradura. Sus trabajos y colaboraciones se publicaron entre 1932 y 1935.

En septiembre de 1937, a propósito de una exposición que ofreció en esta ciudad el ya exitoso artista, se consignó: “Laboró y se formó cerca de nosotros, al contacto con la presurosa tarea del diarismo, llena de inquietudes y esfuerzos. Junto a los montones de papel impreso halló el sentido real y humano de la vida y agilitó su brazo en la ejecución vertiginosa de los motivos”.

La nota agregó: “Retirado de la actividad periodística en un ambiente de mayor estudio y serenidad, ha perfeccionado sus dotes naturales, estructurándose para el arte de gran aliento y contenido. Kingman figura en la vanguardia artística como vigoroso intérprete de motivos indígenas…”. Así, pues, el maestro siguió pintando.

“El legado de Kingman me parece importante, como un artista del siglo XX que trascendió en el país y fuera de este”.
OSWALDO VITERI,
ARTISTA AMBATEÑO

“Eduardo Kingman es uno de los pilares de la pintura social (…) Los balseros y Los guandos los considero como verdaderas epopeyas pictóricas”.
JUAN CASTRO Y VELÁZQUEZ,
CRÍTICO DE ARTE

Pero el trabajo de Kingman no se centró únicamente en el indigenismo o la denuncia. Él interpretó en sus cuadros, sentimientos y emociones como la ternura, la esperanza, el amor, el dolor. En la muestra, que ­estará abierta hasta el 7 de mayo en Guayaquil, se evidencian estas temáticas a través de varias series: mendigos, portales, manos, desnudos, músicos, maternidades, indígenas, lavanderas, de vuelta a casa e incluso una religiosa.
Soledad Kingman recuerda a su padre como un hombre introvertido, solitario como el nombre que le dio a ella. Asegura que, de diversas formas, él siempre tocó el aspecto humano en su obra y que su legado está en las temáticas únicas y su forma de retratar los rostros, los ojos, el ser andino.
Para ella, sí existe un cambio en los motivos que plasmaba su padre en sus cuadros. Asegura que de joven se inició en el movimiento indigenista, ligado al realismo social; lo recuerda en tertulias discutiendo sobre un mundo mejor. Luego, su trabajo giró en torno a otros temas más intimistas y universales a la vez, como la esperanza, el amor y la naturaleza.

Sebastian Cordero

Sebastián Cordero nació en la ciudad de Quito, Ecuador, en el año de 1972. Se interesó por primera vez en el cine al ver «Los cazadores del arca perdida» cuando tenía 9 años. A los 18 años empezó sus estudios de cine y guion en la «University of Southern California». Inmediatamente después de su graduación regresa al Ecuador con la idea de hacer cine en un país que prácticamente carece de esta industria, ya que es mínima la producción de películas al año.

Trayectoria

Su primera película, Ratas, ratones, rateros (1999), lo llevó al Festival Internacional de Cine de Venecia, apareciendo después en festivales como el de Toronto, San Sebastián y en el de Cine Independiente de Buenos Aires, siendo reconocido con premios y honores en festivales como el de Huelva y el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Su segundo largometraje, Crónicas, fue reconocido con el Sundance/NHK International Filmmakers Award, y en el año 2004 apareció por primera vez en el Festival de Cannes en la sección «Una Cierta Mirada», y fue nominado al «Gran Premio del Jurado» en el Festival de Cine de Sundance.

Dirigió su tercer largometraje en España en 2009. Se trata de una adaptación de la novela Rabia del escritor argentino Sergio Bizzio.

En el año 2010 vuelve al Ecuador para filmar la película «Pescador», basada en la crónica «Confidencias de un pescador de coca», de Juan Fernando Andrade, con quien escribió el guion. Su estreno mundial se cumplió en septiembre del 2011 en el marco del Festival de cine de San Sebastián, en España, donde Cordero ya ha presentado anteriormente la mayoría de sus filmes.

«Pescador» tiene previsto su estreno oficial en Ecuador a fines de marzo del 2012, aunque tuvo su primera presentación ante invitados especiales el 24 de febrero de 2012, en Quito, durante la inauguración de la sala de cine de la FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales).

Desde finales del 2012 y a lo largo del 2013 Cordero se encuentra dirigiendo su última súper producción llamada «Europa Report»(2013) con Sharlto Copley extremadamente aclamado por su papel en la muy controversial District 9 que narra la problemática de invasores en tierras extranjeras, su lucha por re acomodarlos con un distintivo toque Sci-Fi. La fecha de lanzamiento de la película en iTunes y video on demand fue el 27 de junio de 2013 y está prevista para el 2 de agosto en salas de cine. En iTunes está disponible solo en la iTunes Store de EE.UU. y para pantallas que tengan incorporado High-bandwidth Digital Content Protection (HDCP).

Películas

Camilo Luzuriaga

Nacido en Loja, Ecuador, en 1953. Realizador de las películas de ficción “1809/1810 MIENTRAS LLEGA EL DÍA”, estrenada en 2004; «Cara ó cruz», estrenada en 2003; «ENTRE MARX Y UNA MUJER DESNUDA», estrenada en 1996; y «LA TIGRA», estrenada en 1990, ganadora del premio a mejor película en el Festival de Cine de Cartagena.

Realizador de varios documentales y cortos de ficción: «LOS MANGLES SE VAN» en 1984, «ASÍ PENSAMOS» en 1983. «CHACON MARAVILLA» en 1982, «DON ELOY» en 1981, y «TIERRA CAÑARI» en 1977.

Trabajó como actor de reparto en 2003 en la película “Crónicas” de Sebastián Cordero. Como actor co-protagónico en la puesta en escena teatral de “RECORDANDO CON IRA”, de Jhon Osborne, dirigida por Lissette Cabrera en 2001. Y como actor y co-escritor de varios montajes teatrales de creación colectiva del grupo de Teatro Ollantay entre 1970 y 1976.

Productor de la película “LOS CANALLAS”, estrenada en 2009, trabajo de grado de la primera promoción de egresados de INCINE, Cenit de Bronce a la mejor ópera prima en el World Film Festival de Montreal. Productor nacional de le película «Prueba de Vida», dirigida por Taylor Hackford y protagonizada por Meg Ryan y Rusell Crowe, en 2000.

Ganador de varios premios, entre ellos el “Premio Nacional de las Artes Juan León Mera” en 2006, el “Premio Patrimonio Latino” del Festival de Miami en 2005, el Premio Coral a la mejor dirección artística en el Festival de La Habana de 1996, mejor guión y mejor banda sonora en el Festival de Trieste en 1996, mejor película en el Festival de Cine Iberoamericano de Cartagena de 1990, mejor fotografía y mejor banda sonora en el Festival de Bogotá de 1990, mejor película educativa en el Festival de Cine Latinoamericano de La Habana de 1984, segundo premio en el Festival de Cine de los Pueblos Indios en Río de Janeiro en 1984, primer premio en cine infantil en el Festival de Tampere-Finlandia en1982, segundo premio en el Festival de Cine Ecuatoriano de 1981, primer premio en súper-8 en el Concurso Nacional de Cortometrajes de 1977.

Fotógrafo desde 1971. Ha realizado cinco exposiciones fotográficas individuales. Fue el organizador del Primer Encuentro Nacional de Fotografía Contemporánea en 1982. Ha sido profesor de fotografía en la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador de 1982 a 1987, profesor de imagen en la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad Católica del Ecuador hasta 1999, y en la actualidad es profesor en INCINE desde 2005, el Instituto Superior Tecnológico de Cine y Actuación del cual es su fundador.

En 2001 fundó OCHO Y MEDIO y en 2003 MAAC CINE, para conformar la primera red de salas de cine arte del país. Licenciado en Diseño y Docencia, en la actualidad opta por una maestría en Gestión Educativa.

Luis Alfonso Rubio Portilla

El maestro quiteño Luis Alfonso Rubio quien es considerado como ‘El último Caspicara’ por los especialista en arte Quiteño. Es tallador, encarnador, pintor, restaurador y escultor.

Sus manos han intervenido en La Compañía, La Catedral, El Quinche y sus obras están en varias iglesias del país, de Colombia y en algunas sedes del Opus Dei en el mundo.

«En el taller de la calle Sabanilla, al norte de Quito, quedan otras 22 libras de albayalde. Su propietario siente que cuando eso se acabe, también su vida terminará. El maestro Alfonso Rubio ya está anciano y la dolencia en su rodilla izquierda le dificulta ejecutar obras de gran magnitud, a sus 78 años.

Por eso, «El último Caspicara», como lo han denominado sin reparos los especialistas, quiere cerrar para siempre su taller. Aunque el bigotudo tallador del monumental retablo de El Quinche conserva su buen humor y un temperamento que muchos jóvenes quisieran. El devoto de la Virgen Dolorosa ríe cuando recuerda que rompió, frente a Benjamín Carrión, un diploma de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, otorgado por el afamado escritor.

En su santuario, repleto de piezas sin terminar, aún aplica una técnica de hace 300 años: introduce en su boca una pálida vejiga de borrego para bruñir en un Cristo el encarnado, el color porcelanizado de la  piel.

Conservando la tradición quiteña, sus manos han intervenido en La Compañía, La Catedral, El Quinche… Al rememorar la falta de apoyo de los gobiernos locales y nacionales para mantener viva la tradición por la que Quito fue nombrada Patrimonio Cultural de la Humanidad visibiliza su enojo.»

Manuel Chili «Caspicara»

Manuel Chili, popularmente conocido como «Caspicara» fue un notable escultor quiteño nacido entre 1720 y 1725. Su nombre se compone de 2 palabras quichua Caspi (madera) y Cara (corteza).
Desde muy joven ya mostraba indicios claros de su arte. Se formó en uno de los tantos talleres de escultura que había en la ciudad en aquella época y llegó a poseer el arte de una manera tan asombrosa, que le llevó a  a convertirse en uno de los artistas más famosos de la época colonial, y junto a Bernardo de Legarda -su maestro- y José Olmos, llamado «El Gran Pampite», constituyen la más pura esencia de la famosa «Escuela Quiteña».

«Se consagró a la imaginería, posiblemente desde muy niño, hasta alcanzar una superioridad y maestría que le colocaron a la cabeza de los escultores de su época, y, sin ponderación, en igual plano al de los más famosos escultores europeos» (J. Aguilar Paredes.- Grandes Personalidades de la Patria, p. 104).

Su obra se caracterizó por su sentido religioso, que se puede apreciar en las alegorías de «Las Virtudes Teologales», en el coro de la catedral de Quito; el «San José», de la iglesia de San Agustín de Latacunga; la «Sábana Santa», de la Catedral de Quito; «La Coronación de la Virgen María»; la «Virgen del Carmen», en San Francisco; «Las Llagas de San Francisco»; el «Señor Atado a la Columna con San Pedro a los Pies»; varios santos de la Orden de San Francisco y varias figuras representando a «Cristo en la Cruz» y al «Niño Jesús».

Se asegura que en la ciudad de Popayán, que perteneció a la antigua Audiencia de Quito y que hoy forma parte de Colombia, existen varios trabajos notables creados por su maravilloso talento.

Oswaldo Guayasamin

Oswaldo Guayasamín nace el 6 de Julio de 1919, en Quito, Ecuador. Fue el mayor de 10 hermanos, hijos de una familia humilde. Su padre, de descendencia indígena, se llamó José Miguel Guayasamín y trabajó primero como tractorista y luego como chofer de taxi. Su madre, Dolores Calero, de descendencia mestiza se dedicó siempre al hogar y a sus hijos.

Su madre muere a los 46 años de una vida de privaciones y pobreza que dejan una profunda huella en un niño de tanta sensibilidad. A sus siete años Oswaldo ya rebela su vocación artística y pinta sus primeras obras, desvelándose por encontrar un lenguaje propio, utilizando leche que le cedía su madre, alimento de su hermano recién nacido, para disolver las pastillas de acuarela.

Sin embargo su vida académica fue complicada. Fue expulsado de seis colegios por “falta de talento” y mientras su padre lo forzaba para que fuese un chico normal, como sus hermanos, que estudiaban una profesión, Guayasamín estudia el rostro -en serio y en broma- de sus maestros que lo sacaban de clase por la ofensa de caricaturizarlos, uno de ellos llegó a decirle «hazte zapatero… porque no sirves para nada». Excepto para pintar.

Con desilusión de parte de su padre, que pierde un doctor en algo, entra en 1933 a la Escuela de Bellas Artes y allí también choca con los moldes y las tradiciones pero pronto es el alumno más destacado y al mismo tiempo el mejor maestro. Sus cuadros impactan a todos cuantos los ven.

Su primer encuentro con la crueldad de la vida, el azote de la violencia y la injusticia de los asesinatos, que le llena de ira y rebeldía el corazón, se plasma en el cuadro que titula «Los Niños Muertos» que recoge la brutal escena de un grupo de cadáveres amontonados en una calle de Quito, entre los que consta un chico de su barrio, su mejor amigo, de apellido Manjarrés, asesinado por una bala perdida.

Desde entonces asume una posición, frente a las crueldades e injusticias de una sociedad que discrimina a los pobres, a los indios, a los negros, a los débiles.
Su nombre y ascendencia indígena, la pobreza de su infancia, el asesinato de su amigo, la crisis agobiante de los años 30, la Revolución Mexicana, la Guerra Civil española, y todo lo que va sucediendo en el mundo le hacen ver y sentir una realidad que se agudiza con el paso del tiempo y frente a la cuál asume una actitud ideológica que se refleja en su concepción plástica y su actitud política.

En 1940 se gradúa de pintor y escultor en la Escuela de Bellas Artes y en 1942 gana sus dos primeros premios, uno, en el Salón Mariano Aguilera. Y el segundo, en 1956, su cuadro “El Ataúd Blanco” gana el Gran Premio de Pintura de la III Bienal Hispano-Americana de Arte.

En 1957 gana también el Primer Premio de la Bienal de Sao Paulo, y a estos se unirían en el futuro, otros premios de reconocimiento internacional.

A su primera exposición asiste Nelson Rockefeller, en ese entonces encargado de Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Queda impresionado con el trabajo de Guayasamín, le compra 5 cuadros y poco después gestiona una invitación para que el pintor visite y exponga en Estados Unidos por 7 meses, tiempo que Guayasamín aprovecha para visitar todos los museos posibles en el país anglosajón y conocer el trabajo de artistas de nivel mundial como El Greco, Goya, Velásquez, Picasso, Renault, Orozco, etc.

Con el dinero ahorrado durante ese tiempo en Estados Unidos, Oswaldo viaja a México con el objetivo de conocer a Orozco a quien admiraba profundamente, durante su visita conoce también a Diego Rivera y de ambos aprende la técnica de pintar al fresco. En ese viaje entabla amistad con el poeta chileno Pablo Neruda.

En 1945 emprende un viaje desde México hasta la Patagonia, recorriendo de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, haciendo apuntes y dibujos para la que será su primera serie de 103 cuadros, denominada «HUACAYÑAN», que en quechua (una de las lenguas aborígenes de Ecuador), significa «El Camino del Llanto». Esta serie relata la miseria y sufrimiento que Guayasamín vio en los pueblos aborígenes de América Latina durante ese viaje.

A lo largo de su vida viaja a varios sitios en el mundo como China, India, URSS, Egipto, Grecia, y toda Europa, pero especialmente a Cuba, donde germina una gran amistad con Fidel Castro, al que pintó varios retratos.

Aunque nunca se afilia a partido político alguno, siempre milita en las causas de solidaridad con los pueblos oprimidos, en la lucha por la integración latinoamericana, contra las dictaduras, contra los abusos y agresiones de los países poderosos e imperialistas; por la Paz.

En 1961 empieza su segunda serie, “La Edad de la Ira”, con la cual quería mostrar los lugares y hechos que se convirtieron en mataderos de la humanidad durante el siglo XX, como fueron los campos de concentración nazis, la guerra civil española, las dictaduras en América Latina, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, las invación a Playa Girón en Cuba, entre otros. Esta serie, decía, – quedará inevitablemente inconclusa, puesto que es parte de un proceso histórico todavía en marcha.

En 1976 crea junto con sus hijos la Fundación Guayasamín, y a través de ella dona al Ecuador todo su patrimonio artístico, con el que organiza tres museos: Arte Precolombino (más de 2.000 piezas), Arte Colonial (más de 500 piezas) y Arte Contemporáneo (con más de 250 obras). En este último se exhiben los cuadros pertenecientes a la Edad de la Ira, la cual fue donada en su totalidad para evitar que se dividiera, como pasó con Huacayñán.

A partir de los años 80 empieza una nueva serie: Mientras Viva Siempre te Recuerdo, también conocida como la Edad de la Ternura o simplemente La Ternura, en homenaje a su madre, la cual da un giro esencial a los trabajos de Guayasamín. Es una declaración de amor a su madre, quien lo apoyó desde el principio a ser pintor, un “homenaje a la mujer de la tierra, una defensa de la vida, la defensa de los Derechos Humanos”.

Realizó exposiciones monumentales -más de 200 individuales- en los museos más importantes de Francia, España, Italia, la ex-URSS, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, México, Cuba, Colombia, Venezuela, Perú, Chile, Argentina, etc. Pintó a grandes personajes contemporáneos, escritores, artistas, políticos, estadistas. Entre ellos se destacan Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda, Juan Rulfo, Gabriela Mistral, Fidel Castro, Benjamín Carrión, Gabriel García Márquez, Ernesto Cardenal, Danielle y Françoise Mitterrand, el Rey Juan Carlos de España, la Princesa Carolina de Mónaco y muchos otros como para llenar un libro. Este libro, en efecto, existe.

Los críticos y coleccionistas, los personajes mundiales, consideran que la fecunda y personalísima obra de Guayasamín -cuya identidad es universal e inconfundible- trascenderá porque en ella está reflejada, con ira y con ternura, la imagen de «EL TIEMPO QUE ME HA TOCADO VIVIR», como decía el propio Guayasamín en un libro editado por el Instituto de Cooperación Iberoamericano de España.

A partir de 1996 inicia en Quito su obra más importante, el espacio arquitectónico denominado «La Capilla del Hombre» como un homenaje al ser humano, especialmente al pueblo latinoamericano con su sufrimiento, luchas y logros, pasando por el mundo precolombino, la conquista, la colonia y el mestizaje.

Oswaldo Guayasamín fallece el 10 de marzo de 1999, aún sin ver finalizada su obra máxima, La Capilla del Hombre, cuya primera fase se inauguró en el 2002. Este proyecto fue declarado por la UNESCO como «prioritario para la Cultura» y fue ejecutada con aportes de entidades de Ecuador, Chile, Bolivia, Venezuela y con la solidaridad de artistas -cantantes y pintores- de Hispanoamérica con la donación de obras y la realización de festivales musicales.

Sus cenizas descansan bajo el denominado “Árbol de la Vida”, un árbol de pino plantado por el mismo Guayasamín en la casa en que vivió sus últimos 20 años, dentro de una vasija de barro.

Nicolás Javier de Goríbar

Nicolás Javier de Goríbar, o simplemente Goríbar, fue un pintor ecuatoriano de la afamada Escuela quiteña  de arte a finales del siglo XVII e inicios del XVIII. Está emparentado con el famoso pintor Miguel de Santiago, del cual fue discípulo. Goríbar es conocido por sus trabajos bajo el mecenazgo de la orden de los Jesuitas, y en el monasterio de Guápulo.

Obra

Aunque el trabajo de Goríbar ya puede apreciarse durante la época en la que trabajó con Miguel de Santiago en Guápulo, es durante su estancia en la hacienda Yurac-Compañía que se empieza a dar a conocer por su propio talento. Algunos fieles de la parroquia le encargan varios trabajos pictóricos, con cuyos pagos pudo mantener a su familia, a la vez que se convirtió en la forma en la que varias de sus obras fueron a parar a colecciones privadas de la actualidad.

Después del terremoto de 1660 en Quito, la Iglesia de la Comañía se había venido abajo, y después de una ardua reconstrucción que tomó varios años finalmente estaba lista para empezar a ser decorada. Los jesuitas le encargaron a Goríbar una serie de dieciséis cuadros de los profetas de la Biblia para alojarlos en los pilares de la nave central; esta colección, llamada simplemente «Los Profetas«, se convirtió en su primer gran trabajo, y también uno de los más célebres. En 1689 le piden que se haga cargo del retablo de la Iglesia de Guápulo, en la que años atrás había aprendido el oficio junto a su tío; la obra inició algunos años después y fue concluida en 1718. El gran lienzo, de cinco por tres metros en el que se representa la Asunción de la Virgen rodeada de ángeles y santos franciscanos y a la Virgen del Pilar rodeada de los apóstoles, es una de las obras maestras de la pintura barroca americana.

En 1733 es contratado para renovar las pinturas del coro y las celdas del convento de San Francisco. Por la misma época realiza el dibujo de la Provincia Jesuíta de Quito, uno de los grabados más importantes de la historia ecuatoriana y que hoy se encuentra en la Biblioteca del Colegio de Salvador, en Buenos Aires.

Pintó para el refectorio de la Iglesia de Santo Domingo una serie de diez cuadros llamada «Los Reyes de Judá«, en la que se representan varios monarcas de Judea que son nombrados en la Biblia: David, Salomón, Roboam, Abiam, Asa, Ajáz, Ezequías, Manassés, Josías y Joaquín. La serie de dieciséis cuadros de «Los Profetas«, encargados para La Compañía, fue terminada finalmente con doce pinturas más, conocidas como «Los Profetas Menores«.

Otras obras importantes de Goríbar son:

  • «Cristo Coronado de Espinas«, que se encuentra en El Carmen Bajo.
  • «Los Apóstoles«, una serie de seis lienzos que se encuentran en la Curia de Quito.
  • Tres cuadros sin nombre, en la Sala Capitular de San Agustín.

Legado

Aunque Goríbar dejó varios discípulos, según el padre José María Vargas: la escuela de pintura quiteña sufrió un largo período de decadencia que coincidió con la mitad y los finales del siglo XVIII, que fueron años de obras de discreta factura, de aspiraciones y proporciones más bien menores. En realidad en esta época cobra mayor importancia la escultura, de la mano de importantes nombres como Bernardo de Legarda y Manuel Chili «Caspicara»

 

Juan Fernando Velasco

Juan Fernando Velasco nació el 17 de enero de 1972 en Quito,Ecuador.El Inició de su carrera artística fue en 1987, cuando uno de sus compañeros de colegio le propuso ser parte de una banda de rock que tenía junto a sus hermanos: Tercer Mundo (grupo). Comenzó como tecladista del grupo y posteriormente prefirió pasar a la guitarra. Juan Fernando nunca pensó en ser músico, más bien prefería imaginarse economista como su padre y por ello decidió ingresar a la facultad de Economía, carrera que cursó durante cuatro semestres en la Universidad Católica de Quito. Pero se dio cuenta que la cosa definitivamente no iba por ahí, lo suyo era la música, un arte que lo había atenazado desde que arrancó en Tercer Mundo. Después de 10 años de giras por todo el país con la banda y mil historias compartidas en el camino, Juan Fernando decidió emprender una nueva carrera como solista a fines de 1997.

Empezó con la música desde muy pequeño, pero al ver que la carrera musical en su país era muy poco probable de tener éxito se decidió estudiar Economía. Mientras tanto en la Universidad Juan Fernando continuaba con su música que tanto amaba. Fue por eso que poco tiempo después de entrar abandonó los estudios en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador – PUCE. Sin embargo, sus gustos también estaban en la comunicación lo que después de dejar la economía, lo lleva a New York a estudiar Comunicaciones. Un año después deja su carrera con el ánimo de perseguir su sueño y de hacer lo que realmente le gusta: cantar. Fue ahí que poco a poco adquirió la fama que lo transformó a lo que es hoy en día, un ícono de la música ecuatoriana.

A comienzos de junio del 2015, Velasco lanza al mercado «Misquilla», una recopilación de canciones nacionales con sonidos sinfónicos y voces de artistas extranjeros.

El disco revive tradicionales pasillos como ‘Lamparilla’, ‘Esta pena mía’, ‘Invernal’, ‘Tejedora manabita’, que fueron grabados con instrumentos de cuerda.

El primer promocional ‘Tarde o temprano’, que fue escrito por Cristhian Mejía (La Grupa), ha sido grabado a dúo con el colombiano Andrés Cepeda.

Los arreglos fueron realizados en Capital Studios, de Los Ángeles (EE. UU.). El tema ya puede ser escuchado en iTunes, Spotify y otras plataformas digitales y servicios de ‘streaming’.

 

Dúo Ibañez – Safadi

Enrique Ibáñez Mora, quien nació el 24 de junio de 1903, fue hijo de José María Ibáñez y de doña María Mora Carrión.

Desde muy temprana edad se despertó en él una notable inclinación musical, y ya en 1919 formó su primer dúo con José Flores, que duró hasta que con Nicasio Safadi integró el inmortal dúo Ibáñez-Safadi o Dúo Ecuador,  apoyado por don José Domingo Feraud.

Entre los pasillos más bellos compuestos por el popular “Pollo Ibáñez” se destacan ‘Sé que me matas’, ‘Endechas’, ‘Adoración’, ‘Yo quisiera decirte’, ‘Mi sufrimiento’, ‘Rosa de amor’, entre otros, muchos de ellos con letras de su propia inspiración y otras de destacados poetas.

Radicado en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, el cantante falleció el 25 de febrero de 1998.

Nacido en Beirut, Líbano, a fines del siglo XIX, Nicasio Safadi emigró a Guayaquil en el año 1896 en unión de sus padres, cuando tenía 5 años de edad. Músico de excepción y hábil autodidacta, estudió por cuenta propia y brilló como compositor, intérprete y maestro de maestros.

Profundamente identificado con su patria de adopción, compuso más de 300 melodías de ritmos nacionales, entre pasillos, valses, tonadas, yaravíes, etc., que conforman un valioso legado musical.

Safadi es considerado como el más importante compositor nacional y uno de los más notables músicos nacionales de la primera mitad del siglo XX. Falleció en el año 1968 en Guayaquil, la ciudad que lo acogió.

Carlos Aurelio Rubira Infante

Nace en Guayaquil el 16 de septiembre de 1921, en el hogar formado por el Sr. Obdulio Rubira y la dama Amarilis Infante. Realizó sus estudios en la escuela de la Sociedad Filantrópica del Guayas y luego en el plantel de la Sociedad Amantes del Progreso, no concluyó la instrucción secundaria porque falleció su padre cuando Rubira tenía 14 años y tubo que dedicarse a diversas actividades para sostener el hogar; se desempeñó como vendedor de barquillos y trabajador de la fábrica de hielo de la cervecería, en la sanidad envolvía veneno para ratones, ayudante de gasfitero, bombero voluntario, ordenanza del batallón Quito No. 2 donde se quedaba a oír la retreta de la banda.

La actividad musical comenzó con su primo Pepe Dredsner, primero cantando en casa y luego en fiestas particulares; cuando aprendieron a tocar la guitarra creció la actividad musical y sus amigos les llamaban Los Mariachis porque su especialidad era la música mexicana.

Su primera composición fue Perdóname madrecita, pues su progenitora se oponía a que anduviera con canciones y guitarras ya que llegaba tarde a casa; un día la madre que le había amenazado en no dejarle entrar a dormir si no llegaba temprano cumplió su promesa, resentido, esa noche se fue a caminar por la ciudad y se encontró con un amigo que viajaba a “La Libertad” donde Carlos Rubira tenía parientes, le pidió que le llevara y accedió, horas después estaba cantando para un grupo de personas en un salón; al siguiente día compuso la primera canción y fue a su madre.

A los 20 años de edad ya era conocido como artista y compositor, además dentro de sus méritos se destaca el de formador de grandes voces del pentagrama; no he sido maestro de nadie, dice modestamente, pese a haber dirigido los primeros pasos de cantantes como Fresia Saavedra, Pepe y Julio Jaramillo, entre otros artistas. Tomó fama por los duetos que formó con Julio Jaramillo, con quien grabó su pasillo ESPOSA, con Gonzalo Vera Santos ROMANCE DE MI DESTINO, con Olimpo Cárdenas formó el dúo los Porteños con quien graba el primer disco hecho íntegramente en el Ecuador; el pasillo EN LAS LEJANÍAS. Nunca estudió música (es talento natural) y fue también “Productor de radio”.

Se desempeñó como presidente de la Asociación de Artistas del Guayas ASAG, Vicepresidente de la Sociedad de Autores y Compositores del Ecuador SAYCE, Diputado alterno de un Movimiento Independiente en el Congreso anterior, entre otros cargos.

Se ha hecho acreedor a varios homenajes: en 1950 en Chile a donde fue invitado por la Sociedad de Músicos obtiene también el primer premio en improvisación; en Bogotá en mayo de 1978 recibió la placa folklórica como el “Folklorista de América”, fue homenajeado en 1958 en Radio “Tarqui” de Quito en el programa “Fiesta del pasillo” y otras.

Ha compuesto alrededor de 400 canciones entre pasillos y pasacalles, sanjuanitos, albazos, valses, entre otros ritmos. Entre sus composiciones figuran: Guayaquileño, Guayaquil pórtico de oro (Pasillo con letra de Pablo Vela; Ambato tierra de flores (pasacalle con letra de Gustavo Agües Villacrés); Esposa; Por qué, En las lejanías; Lindo Milagro; Lo mejor de mi tierra; El Cóndor Mensajero(Cuya interpretación por Fresia Saavedra lo convertiría en el himno del inmigrante Alauseño a lo largo y ancho del mundo); Playita mía (pasacalle con letra de Bolívar Viera); Mi primer amor (interpretado por Olimpo Cárdenas); Quiero verte madre, Quedas tranquila, Para entonces, Historia de amor, Al oído, Cálmate corazón, Alondra fugitiva, Desde que te fuiste, El cartero, Chica linda, Venga conozca El Oro (pasacalle), El bautizo (albazo), Pedazo de bandido (aire típico), Lo mejor de mi tierra. A las madres le ha dedicado más de 20 canciones; cada provincia del país tiene dedicado una composición suya. El nombre de Carlos Rubira Infante ha logrado mayores proporciones en el campo de la composición musical.